viernes, 3 de agosto de 2012

Los sueños del gimnasta.

 
Desde ese día en que el equipo de televisión subió aquel cerro e ingresó a la cueva, donde descubrieron o, más bien, divulgaron al mundo que adentro había un templo antiquísimo es que el pueblo ubicado a los pies del monte ha realizado una serie de asambleas para discutir el modo de lograr una de dos cosas:

  • Evitar que lleguen los turistas
  • Desaparecer con todos
Evitar que lleguen los turistas era ya casi imposible, con el correr de las décadas se habían visto acorralados por los grandes desarrollos, a veces carreteras, otras tendidos eléctricos y, desde hace poco, un embalse con represa eléctrica. Después de tanto discutir habían llegado al consenso de huir, desaparecer.

Pero no dejarían rastros, se llevarían todo y nadie ser acordaría de ellos. Llevarían con ellos al hombre de la cueva hasta el otro extremo de ella. Las leyendas contaban que existía un mundo de paz y felicidad al otro lado, en que sería posible llegar cuando todos juntos lograsen ponerse de acuerdo.

Pero nadie había logrado llegar al otro lado. En la memoria colectiva permanecián solo los relatos de los sacerdotes que, periódicamente, acudián a hablar con la voz, con el gran pintor, para saber que hacer para oír sus historias. El hombre de la cueva había sido condenado a vivir ahí por la eternidad gracias a la traición que hizo contra la secta de los inmortales. En el frio, bajo las sombras, en la invisibilidad.  No podía morir.

Era uno de los inmortales. No moriría pero podía sufrir el hambre, la soledad. Aún así pudo evadir la condena estableciendo un acuerdo con la gente del pueblo. Les daría sus conocimientos a cambio de algún tributo. Desde entonces había pintado la cueva con miles de relatos, recogía diariamente el alimento en frutas, verduras y hortalizas que le dejaban y lograba hacer reinar la paz como el juez en las sombras, gran concejero histórico de los hombres.

Claro, deberían  llevarlo, tampoco Hon (como llamaban al hombre de la cueva) conocía el otro extremo. Pero podría guiarlos por cada recoveco, conocía cada detalle y les ayudaría. No podrían sobrevivir sin él. Desaparecer con Hon era la opción.

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