domingo, 19 de agosto de 2012

Las Sirenas II


-¿Se fue el viejo ya? Que ese perro me tenía nerviosísima, me miraba por todas partes, ¡no podía hacer nada!

-Si, se fue hace un rato, el último cliente del día. Johana, esta bien ponerse nerviosa pero era solo un perro, núnca va a poder sospechar nada. Si molesta mucho vas y le tiras un hueso.

Isidora, la colorina, miraba sentada. Ella era. digamos, la cabeza pensante de las tres y a lo largo de los años había logrado salvarlas de innumerables problemas con su calma. Había estado observando la situación desde que entró el ciego Liu con su lazarillo. Lo conocía pues alguna vez le compró alguna figurita para adornar la tienda, parecá inofensivo pero la perra le hizo quedarse pensando, algo raro tenía.

Se levantó, pues tenían que cerrar y prepararse para volver a casa caminando, varios kilómetros caminando 
hasta el rinconcito en el campo al lado del cerro
. Debiendo evitar las miradas del resto ya que el capullo de la belleza de las hermanas se guardaba para transformarlas en algo que ellas mismas repudiaban pero que tenían algunas soluciones para mantener el problema a ralla.


-¡Chicas! Mis chicas lindas, ha sido un día de mucho trabajo y buenos resultados. Hace un rato que miré la bodega y logramos recolectar cerca de dos sacos de pelo, con lo que llevamos en estos dos meses acá y el trabajo de unos cuantos más nos podremos retirar a nuestros mares por un largo tiempo.

La emoción de las tres mujeres era evidente, en décadas no les había resultado nada tan bueno como lo de hacer de peluqueras. No creían que los cortes de pelo que hacían eran tan bueno pero sabían que los hombres venían en realidad por motivos más carnales que estéticos. A ellas les importaba no eso sino el pelo, parte de la fórmula de la poción era el pelo.

Anteriormente Johana, Isidora y Lorena habían buscado que hacer con su problema, tanto habían vivido que lo que les empezó a pasar les sorprendió. Algún hechizo maligno, alguna maldición de los antiguos dioses con los que habían establecido un trato de no interferencia, ¿lo habrán olvidado? A veces se ponían a meditar sobre que era, quién fue el que les provocó ese mal. Jamás se les pasó por la cabeza que era mera vejez.

A ellas lo que más les gustaba era cantar. Melodías de otros tiempos y canciones modernas, algunas de amor y otras que hablaban de las personas y sus vivencias. Tocaban algunos instrumentos como la guitarra, el arpa o el violín, también el piano y el acordeón, la flauta y el dyembe. Aunque ahora tenían poco tiempo, al llegar a casa armaban su pequeña fiesta que les ayudaba a pasar las penas. Y despertaban la curiosidad de los vecinos, que se preguntaban que hacían esas señoras tan viejitas con tanta música.

Ese día fue, esa tarde, en que desde lejos el anciano Liu Ming que había cruzado todo el planeta para vivir en el flaco país y su fiel Paciencia les siguieron dado que les mataba la curiosidad por saber que hacían con esos sacos que cargaban las mujeres.

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