martes, 28 de agosto de 2012

La tumba del señor Silva.

Masón. Es la única en años que no lleva cruz en este cementerio de pueblo. Si no fuera por la inscripción que dejaron sus amigos recordándole, no sería más que un montón de huesos. A veces viene una mujer a dejarle flores, puede ser cualquier día del año, ella viaja desde la ciudad y siempre lleva puesto un sombrero,  todos dicen que puede ser su hija pero yo sé que fue su última amante. Ella llora por él cuando está frente a la tumba.


Acá le recuerdan por la biblioteca que mantenía siempre viva, traía los textos que pedían los profesores en el colegio a los niños, siempre se aprovisionaba de buenos manuales para la agricultura, para el taller de la mueblería y últimamente algo para reparar automóviles. Le recuerdo siempre sonriendo, sentado junto a su perro e invitando a pasar. Cuando le pedías un libro te comentaba acerca de él, parecía que lo había leído todo. Tan pequeño que era yo y lo encontraba brillante.

Las pocas veces que hablábamos yo le decía que deseaba irme a la ciudad, él me respondía que no convenía irse a esos lugares tan salvajes, que bien por un tiempo corto, que si era más largo pasaría hambre, malos tratos de los patrones y puro sufrimiento. Cuando leo algunos diarios como El Ciudadano, me voy dando cuenta de que es así, tal como contaba, me salvé del tremendo problema al quedarme acá en mi pueblo.

Mi trabajo es cuidar las tumbas, barrer las hojas y recoger las basuras que tiran desconsideradamente los visitantes. Es un lugar tranquilo para pensar, descanso cada cierto rato en la caseta en donde tengo los implementos de seguridad y limpieza, ahí mismo tengo algunos alimentos que me van dejando las personas que ya me conocen, son amables. A mí me contrata la municipalidad, a mi padre que tenía el mismo trabajo le pagaba la comunidad, es casi lo mismo.

Cuando me pasaba después del colegio a acompañar a mi padre, a veces le ayudaba a cavar las tumbas para los nuevos huéspedes, eran como uno a dos mensuales, venían del pueblo y de las zonas cercanas. En ocasiones el señor Silva pasaba con su chaqueta oscura. algún libro y su flauta. Tocaba en el silencio de los muertos para apaciguarlos. Le miraba y recuerdo que me daba miedo, le decía a mi papá y él se reía. Me decía que no hace nada, que el señor Silva era un tipo extraño pero que todos le estimaban por todos sus conocimientos y la ayuda que le prestaba a cada uno de los vecinos.

Es la tumba del señor Silva la que cuido con más esmero porque, a pesar de no tener la cruz y que el cura evita pasar por tal lugar, tenía muchos amigos que ahora son mis amigos. Y todos ellos aportaron a cumplir el deseo último que tuvo. Por lo cual además de cuidador de este lugar soy también el bibliotecario del pueblo desde que él murió. He tenido que aprender el oficio y es verdad lo que decía de la ciudad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario