lunes, 11 de junio de 2012

Paciencia de Gato Rabioso

 

Gato Rabioso era el nombre de mi perro. Como ven, no era gato, tampoco nunca se enojó. Mas que nada lo llamé así para que no se metieran cabros pungas al patio de la casa a robarme los damascos en verano, la uva en otoño y la bicicleta todo el rato que no la usaba.


Antes de ser tan viejo y quedarme rondando por el barrio, entre la panadería y el bar donde jugaba con otros viejos que antes no eran tan amigos pero sabiendo para donde íbamos a llegar todos nos comenzó a dar lo mismo las peleas de antes, solo conversábamos sobre las cosas que iban comentando en la radio, cuando el día estaba agradable dormíamos la siesta sentados al alero de nuestro segundo hogar, cuando no tomábamos algo de café y sopaipillas para espantar el aburrimiento.

Gato Rabioso fue un perro fiel, me acompañaba para todos lados desde que fue un cachorrito capáz de seguir el ritmo de una bicleta manejada con piernas de acero. A veces recorría para llegar a la fábrica un camino que iba al lado del rio, otras pasaba por el camino que conectaba a la verdurería, fueron mis últimos 5 años de trabajo hasta que me accidenté. No fue mucho, perdí tres dedos de la mano izquierda, cuando me llevaron al hospital Gato Rabioso aullaba.

No pude volver a trabajar, estaba viejo faltaban 2 años para la jubilación normal, por lo que me asignaron una un poco más baja sumada a la cifra de la indemnización. Comenzé a habituarme a la tranquilidad del hogar, mi mujer había muerto hace tiempo, no teníamos hijos. Era yo y el perro. 

Pude plantar algunos árboles para que me dieran su fruta, algo de hortalizas y otras verduras, compraba pocas cosas, una botella de vino, algo de leche, arroz y café. En tanto el barrio se iba poblando de hijos e hijas, vástagos de mi fiel quiltro.

Mi vecina, que venía a hacer el aseo cuando tenía tiempo, tenía una perrita que se preñó de Gato Rabioso, salieron cinco cachorritos hermosos. Se llevaron cuatro a partes que desconozco. A los meses, la casa se incendió, le ofrecí a mi vecina venirse a vivir conmigo, era lo natural. Siempre me había ayudado, era la amiga de mi esposa, no podía abandonarla.

Era ya invierno, oscurecía temprano y volvía a casa, a lo lejos escucho una pelea de perros, no veo a Gato Rabioso, corro a ver si es él. En efecto, lamentablemente al llegar lo veo sangrando bajo el imperioso hocico de un boxer que se había escapado de donde un vecino al que todos odiaban. Murió unas cuantas horas después, nada podía hacer más que tener a Paciencia, su hija.

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