sábado, 2 de junio de 2012

El riesgo de un salto al abismo.



Saltar, sí saltar, siempre ha sido un motivo de riesgo. Uno puede practicar para resistir la caída, sin embargo al final se llega a un límite que lo da el propio cuerpo, podemos prepararnos para soportar dos metros pero ya no dos y medio porque se nos empezarán a quebrar los huesos si aumentamos la distancia.


Habría que inventar una vitamina de acero para el cuerpo, pero algo debe significar esto de lograr superar las distancias con solamente un impulso. Tal vez sentir el correr del viento por el rostro o el sonido de vibrante que entra por el oído.

Un misterio, la lógica dice que uno terminará aplastado finalmente al suelo, pero las ideas o pensamientos nos llevan siempre a hacer criar alas para resistir la caída y planear suavemente.

Saltos que recuerdo, es en el Tigre y El Dragón, película que vi cerca de veinte veces en mi casa, en la vieja época de los VCD, era casi la única que teníamos en la casa; en realidad la que duraba más ya que casualmente era un disco de carbono.




Otro salto notable es el de Kiwi, una animación de hace ya varios años en que muestra cómo un animalito Kiwi logra de algún modo tener las alas que no tiene.




¡Ah! Y bueno, también está Old Boy en que todo se desencadena a partir de un salto, pero mejor vean la película completa.



 Justamente también, antes de comenzar a escribir esto, leía una noticia de hace unas semanas en que hablaban de una mujer australiana Turia Pitt que saltó, no un abismo, sino un muro de fuego para poder sobrevivir. Resultó con graves quemaduras en todo el cuerpo.

Saltos de todo tipo con todos sus riesgos, lo que se puede ver es que el resultado son grandes cambios, los saltos hacen girar mil veces la ruleta del destino, hace chocar sus multiplicidades y ya no sé nada más.

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