lunes, 4 de junio de 2012

Erudicción.


El camino de fuego. Es la cima que muestra más cimas por trepar, también la caída de los ambiciosos impacientes. Es un respiro profundo que le dan pocos hombres y mujeres a la humanidad. Se esconden, se esconden porque la erudicción es, finalmente un arte, una virtud alcanzada que requiere diluirse con el todo.
 - ¿Qué ves, Antonia?

- Es un papel, un pedazo escrito, hace un rato me atreví a preguntarle. Me miró, se rió, sacó un papel de su bolsillo y terminó de completar las últimas palabras.

- ¿Ella?

- Cómo siempre, estaba sola leyendo un libro, no había nadie más, recordé que habíamos hablado de ella el sábado, ninguno dijo que se atrevía. Bueno, lo recordé y me senté frente a ella, le dije "Hola, soy Antonia ¿Cúal es su nombre?".

Eran ya varias generaciones que sabían la existencia de esta persona, todos la veían en la biblioteca de la facultad desde temprano leyendo, tanto de libros como desde la pantalla de su computadora, a veces no aparecía por semanas, cambiaba de biblioteca.

Siempre andaba en busca de responder sus propias preguntas, cada vez que alguien se acercaba y le preguntaba sobre algo, entregaba un trozo de papel y una mirada amable. Cada trozo parecía un tramo de las ideas y cuestiones que cruzaban su mente.

A veces eran sobre aeronáutica, otras sobre biología de las mariposas, en ocasiones estudiaba los árboles, las propiedades de la madera, la reproducción de las especies, programación en distintos lenguajes, electricidad, química. Nada se le escapaba a su mente transparente.

Nadie sabía su nombre, donde vivía, lo que hacía. Pero todos le ayudaban, todos admiraban y respetaban su ahínco y sonrisa eterna. Y ella sabía que se había ganado el respeto de ellos y ellas, que a veces llegaba a ser una luz de esperanza para los más desesperados cuando fallaban.

Un día desapareció para siempre de todas las bibliotecas, jamás volvió. Su erudicción continuó deambulando por los pasillos.

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