El alimento que pasa por la boca, los pensamientos y sentimientos se pueden ver a largo plazo como algo poca cosa, cosa de nada, cosa mínima. Pero a veces lo importante no es lo que se siente en forma directo o lo que no se ve.
Usar los huesos también como manifestaciones sagradas, en ceremonias de conexión, en artimañas de adivinanzas donde vaticinar los futuros destinos de los humanos. Para también trabajarlos y pulirlos para obtener herramientas, usos variados en los que la creatividad e inteligencia ha procreado en base a su dureza y forma, evocando la conexión concreta con la esencia de esa vida.
Un sonido que parece de madera pero que resuena también con la profundidad entrañable al ritmo del músculo de la sangre que al final no es madera porque esta llama más a las profundidades terrenas para absorver el agua que el líquido caliente y lleno de nutrientes que va recorriendo el cuerpo.
Hay otras cosas que podemos llamar huesos también, tanto las ruinas de un edificio, la estructura que ensambla algún mueble, los caminos de un parque. La agonía de una civilización que se rehúsa morir. ¿Para qué les guardamos? ¿Para qué les recordamos? Puede ser por mera desesperación por tener algo de que agarrarse, también puede ser para no ser como fue, ser otra cosa.
No sé, algo termina valiendo nada si lo valoramos tanto, mejor dejarlo llegar e irse como un forastero al que abrazamos con cariño, lo cambiamos un poco, le enseñamos algo de lo nuestro y lo soltamos, lo lanzamos a explorar el universo misterioso.
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