lunes, 11 de junio de 2012
Lo que no captura la red.
Jesús se paseaba imaginándose que se iba con un montón de gente al monte a hablar de su padre, el único problema era de que no tenía idea de como empezar a juntarla. Se sentó en la playa a esperar, mirando el mar, pasaban unos cuantos pájaros que aterrizaban de vez en cuando en el mar saliendo con algún pez en la boca.
Después de un rato se acercó una barca, con cuatro pescadores dentro, no los pudo reconocer por lo que hizo una visera con la mano sobre la gente. Los vio tristes, al parecer no les fue muy bien con la pesca. De inmediato quiso ayudar a sus amigos, se alegró de volver a verlos, habían crecido y ya estaban todos barbudos, desde hace unos diez años que no pisaba su propia tierra, pero había vuelto a cambiarlo todo.
- ¡Muchachos! Tiren la red a la izquierda, remen a la izquierda y tiren la red. ¡Soy Jesús!
A pesar de la tristeza del mal día sus rostros dibujaron una gran sonrisa, Jesús era una amigo muy querido por ellos y le extrañaban. Le hicieron caso, remaron un poco a la izquierda, tiraron la red y esperaron un rato. No pasó mucho antes de sentir un gran tirón que hundía las bolsas de aire que sostenían la red. Comenzaron a recoger y se encontraron con la sorpresa de que iba llena de peces. La pesca del día la tenían en sus manos.
Llegaron a la playa a desembarcar, ahí les esperaba con un fuego recién hecho. Les pidió unas cuantas presas, sacó su cuchillo y los preparó, los puso al fuego a cocinar, con las colas y cabezas preparó una sopa con unas cuantas hierbas que había recogido. Mientras sus amigos ordenaban los aparejos alcanzó a hacer todo eso, se sentaron a descanzar y a comer.
- Me da gusto verlos, pero he venido no solo a verlos pescar sino a hacerlos pescar hombres, he venido a cambiar el mundo.
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