A veces uno es el mal, se hace odiar, rompe las barreras de lo permitido, se sumerge en las críticas del resto, la persecución de los que enjuician. No hay como evitarlo, una vez que comienzas a experimentar el flujo del universo, bien y mal se hacen indistinguibles.
La figura del mal es tan sagrada como la del bien, no es la acción es el sentido lo que define, quien es el que enjuicia el actor. Las máscaras que dan imagen de bien en realidad encubren la maldad, pensamientos y actos perversos pero aún desconocidos.
Es heroico ese llamado al deber, como ningún otro, porque desata el andamiaje cultural de toda comunidad, si es débil no sobrevive, si es fuerte se fortalece. Por lo que este acto de transmisión de lo opuesto es la validación de lo equivalente.
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