En la libreta tenía todo lo que se me ocurría mientras caminaba de un lugar a otro o mientras miraba pasar el tiempo, aprendí de mi madre a anotar esas ideas importantísimas que pasan fugazmente por los pensamientos como un pájaro alegre. Ideas que no valen nada para el resto pero que me ayudan a ser yo mismo, dar algo que hablar sobre lo maravilloso de tener una imaginación fértil.
Lloro por la libreta perdida ya que creo que nadie que la encuentre la podrá estimar tanto. Pero me alegraría si un abuelo o señora también soñadores ambos, la encontrasen e hicieran un viaje por toda la ciudad para entregármela, solo porque les encantó algún retazo de idea impreso en ella o el monito animado que se puede ver al mover las hojas.
No tiene mi dirección, dice donde estudio, algunos lugares que frecuento más como el bar en donde voy a beber alguna cerveza con mis amigos. La biblioteca, es decir, las bibliotecas que frecuento. Pienso que por ahí me podrían buscar.
Lloro por no volverla a encontrar, pero me alegraría mucho que un niño la tomara y se volviera loco pintando los dibujos que hay en ella. O también si un papá la toma y se la lleva a su niña enferma, regalándosela; porque si le gusta en algún momento me buscará y me la devolverá.
Lloro por si alguien la ve y dice que es pura mierda y la tira a la basura, mas no lloro si la misma se entierra silenciosa para cohabitar los últimos momentos de las hojas que caen sobre el suelo, recordando su otra vida como árbol.
Lloro porque la siguiente libreta que tendré estará vacía hasta que deje de llorar.
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