Los colores de mi ropa jamás fueron notorios, mi pelo cubría mis ojos, mis pasos cortos. Los principios pero sin las virtudes nobles de todo camaleón. Zapatillas normales, parca en invierno de persa, nada del otro mundo. Solo sobrevivía, lograba no tener frio, no tener calor a lo largo de las estaciones del año.
Fue un libro, pequeño en cantidad de páginas, que me hizo la provocadora máxima de todo el lugar. Cuando el profesor comenzó a hablar de elite, levanté la mano porque las ideas estaban así como reventando en mi cabeza, me dio lo mismo.
-No creo en las elites, son la decadencia-
Se sentó el muy maldito, no dijo nada y me indicó la salida. Allá esperé hasta que el resto de mis compañeras saliera, pensé que me seguirían ignorando, que seguiría siendo nada para ellas. Pero dos de ellas me hablaron. Tampoco creían en las elites, querían que les contara del libro que estaba leyendo.
Una la asoció a una historia que había escuchado por ahí, que las elites no eran más que provocaciones a la decencia. La otra decía que son tan fantasía como las religiones. Yo las miré, ellas me miraron.
Así fue que parece que logré quebrar la regla tácita del no mirar.
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