Se decretó, para apaciguar, para calmar las pasiones, que todo aquel que saliera de la ciudad debería llevar un huevo que sería marcado y con el que deberían entrar al volver.
El huevo en un sentido por lo barato, en otro por lo frágil.
Todos quedaron de acuerdo. Tanto los que gobernantes como los gobernados. En realidad a nadie le interesaba el huevo.
Se comenzaron a vender recipientes en donde conservarlo, se vendieron miles, casi el millón de unidades. La ciudad se vació.
Veinte días después comenzó el retorno. Los atochamientos eran increíbles, la gente agotada gritaba, estaba sedienta, hambrienta.
Se acordaron todos de su propio huevo, fueron de a poco a buscarlos a su recipiente pero nadie encontró el huevo que habían dejado.
Ese día fue nombrado, entonces, el día del huevo.
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