En el altiplano chileno, en la zona aymará, una madre tenía que salir a pastorear un rebaño de alpacas con su hijo. Los animales no eran de ella, por lo que si se perdía alguno ella era la responsable y debería de pagar por cada pérdida.
Era un día frío cuando esto sucedió, era tarde y ya pensaba en volver a casa, debería hacer el camino con el niño en brazos ya que se le estaba quedando dormido. Pero se dio cuenta de le faltaban tres animales del redil, por lo que decidió ir a buscarlos, no podría volver sin ellos ya que le significarían más de un mes sin sueldo.
Le dijo entonces a su hijito que la esperara en el lugar, debía correr rápido si quería encontrar con luz a los animales. Pese a todas sus intenciones se demoró más de una hora en encontrarlos, se habían desviado del grupo ya que se quedaron remoloneando en una fuente de agua y luego trataron de seguir el camino pero se perdieron. La madre guió nuevamente a los animales hasta el lugar donde estaba, su sorpresa fue grande cuando vio que el hijo ya no estaba.
¡Su hijito! Ya no estaba, quizás para dónde se había ido. Se puso a buscarlo desesperada, un dolor profundo de miedo le atravesaba su pecho, dio muchas vueltas. Se dio cuenta que era tarde, que ya era más que noche, cuando llegó el patrón a buscarla pensando que había pasado alguna desgracia. Cuando se encontró a la mujer en ese estado la llevó al refugio, ahí se enteró de todo lo que había pasado. Se sentía culpable también.
Decidió llamar a toda la comunidad, deberían buscar y encontrar al niño antes de que baje el frío y corra el riesgo de congelamiento. Al rato se formaron partidas que rastrearían la zona en busca del hijo de la mujer. Así fue, pero en toda la noche no lograron encontrar nada. Desapareció.
Fue durante un mes en que le buscaron pero nunca más se supo del chico. Ahí comenzaron las leyendas, que la madre se lo había comido en un arranque de locura en esa soledad, que una mamá cóndor lo había raptado y se lo llevó a su nido para alimentar sus crias, que pasaron unos gitanos y se lo robaron. Todas tragedias.
Al tiempo, en un rinconcito del valle, un arriero encontró los restos del niño. Estaban los huesitos y la ropita desgarrada, su gorrito en la cabeza. Cuando la mujer lo supo rompió nuevamente en llanto, duelo sobre duelo. Se inició una investigación para determinar las causas de la muerte del niño, estudiando los restos, se sometió a juicio a la mujer y se la condenó a 12 años de presidio.
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