De pronto supo que le miraban como un pájaro extraño en medio de ese lugar. Era cierto que habían pasado varios años desde que había dejado el lugar para salir a aprender del mundo, planificó cada ciudad en que estaría. Estuvo en ellas pero logró hacer tantos amigos que desde cada una le invitaban a pasar un tiempo en el campo, en la montaña, la costa o la selva. Eso le cambió el rostro, la forma de caminar, de pensar; miraba capturando todo. Eso le hacia verse como un pájaro extraño, un desconocido de otro mundo.
Pero se sentó de todas maneras en el tronco de un árbol con un tasa de café en la mano para calentar un poco el cuerpo, ya que el día había aparecido medio nublado, y miró. Estaba decidido a contar sus historias desde el principio. De como había escapado de las garras del acoso de esa mujer casada con un millonario anciano en Iquique, lo que le motivo a atravesar el altiplano disfrazado de mujer andina, hasta lo que le ocurrió en méxico cuando quiso cruzar la frontera a gringolandia solo por hacer el intento.
El viaje a África también lo contaría pero poco, ya que le daba un poco de vergüenza que todos supieran lo que tuvo que hacer para hacerse respetar en el corazón del Congo. Tuvo que comer caca, que al final era una broma de esos malditos negros que terminaron haciendo un manso mambo en la selva. Lo disfrazaría como un ritual de aceptación mejor o quedaría en ridículo.
En fin, primero llegó un viejo amigo y lo saludo de un abrazo. Se alegró de verlo porque le extrañaba desde hace años y no sabía por donde andaba. Cuando supo que anduvo por tantas partes levantó un brazo para llamar a otros amigos que atendían un puesto. Habían hecho una apuesta y estaba seguro de haberla ganado, se quedaría a escucharlo todo.
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