viernes, 13 de julio de 2012

La visión quebrada.

 
Ya lo había olvidado todo porque se sabía de memoria los caminos, así sobrio y tan borracho que le daba para caminar zigzagueando. Y débil, que ya lo se, más se guiaba por el olfato, los sonidos también. Pero en su rostro lo más característico era siempre el cristal trizado de sus anteojos y su ceguera creciente.


Después de que había vivido en un país inventado por los imperios colonialistas, habiendo logrado completar noventa misiones de espionajes, las planas mayores de la organización decidieron pasarlo a retiro, había fallado en la última misión y sus torturadores vertieron peligrosos químicos sobre sus ojos y rostro; la cuadrilla de rescate llegó a tiempo antes de su muerte pero no evitaron el gatillante del deterioro de su vista.

Sus amigos distinguían de el su pasión para hacer las cosas, una virtud digna de imitar, una elocuencia en sus palabras que no dejaban a nadie sin prestarle atención; había llegado a ser una persona destacada y ahora se ha transformado en una sombra: pasa por un lugar y nadie lo nota, sus pasos y actos llevan el silencio.

Fue entonces, un día domingo, en que subió el cerro bajo un sol incandescente de verano hasta la cima, iba cantando y las personas le seguían como hipnotizados por su no se qué, pero era lo mejor que podían hacer como buenos vagabundos de las callejuelas del barrio. Dicen que arriba cantó una canción, comenzó a volar y núnca más bajó.

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