miércoles, 11 de julio de 2012
El coso ese.
Prisionero de la voluntad, cerrar los ojos y ver repetida la misma imagen de lo que busco, que desconozco pero lo construyo a pedazos, prefigurado. Ojala que sea tal como espero, ya que de otra manera podría desesperar, caer en el vano aparecido de improviso en el camino correcto para pasar a ser el errado.
La búsqueda de un sentido de lo que tengo para que sea más allá de todo lo que posea, desprenderme de lo que le da su masa, que sea útil para lo inútil, para lo que resquebraja con un terremoto las rendijas de esta cárcel, para alimentar gratuitamente al que no tiene que seguir viviendo.
Mira que tropezar en la vereda es fácil, basta con ir mirando el cielo y de paso romperse la nariz a causa de que es justo el punto de la curva que primero toca el suelo del extremo superior del cuerpo. Agotado, agotarse de mirar, no es solo cerrar los ojos y descansar, encorvarse para evitar el frío.
Ya pero en vez de caer por un truco fácil, mejor prepararse para no hacerlo fácil, que sea así como un clavo oxidado que pisas con las chalas, el coso ese que nos hace pensar falla varias veces, falla porque ama también.
La vanidad de mostrar un poco las plumas de pavo, pero también evadir el contacto con las manos. Esas estrellas que conectan el mundo sensible con el mundo insensible, de las ideas, para hacerlas débiles e imperfectas. El que evita las mano no tiene el coso ese, le falta del coso ese.
Y el coso ese se escapa a bailar con los gusanos.
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