-¿Cómo lo hiciste?
Esa
noche Mauricio estuvo tocando en tres lugares de Santiago, comenzó en
el centro en un local de McIver, hasta las una de la madrugada, luego
tomó un taxi hasta bellavista en donde tocó de acompañamiento en una
cena lujosa para algunos connotados artístas hasta las cuatro de la
mañana. Por último, lo pasaron a buscar en auto para que diera una
sesión de Jazz en un local cerca de la plaza Brazil. Ahí fue donde lo
encontré.
Lo
recordaba de hace unos años en que había tenido unos días de muy mal
estado anímico, pensé muchas veces en acabar conmigo mismo. Por suerte
llegué a un pequeño sucucho en que ese hombre tocaba para un par de
personas que bebían algo de cerveza desde un pitcher. Lo miraba y le
seguía el movimiento de sus manos sobre el instrumento, los pasos y el
ritmo de la respiración para sacar cada sonido. De a poco el silencio
amargo que tenía amarrada a mi lengua se fue apaciguando.
Cuando
terminó de tocar su instrumento se acercó a la barra, al lado de donde
estaba sentado y pidió un trago. Con su sonrisa grande el hombre me
saludo, de inmediato me preguntó.
-Y, amigo. ¿Ya se siente bien?
-¡Eh! Si... O sea, tu música la he encontrado maravillosa, me cambió el ánimo.
-¡Para eso la hago, solo para eso, para aliviar los ánimos de mi gente!
-¡Gracias!
-Bueno, me tengo que ir. Mucha suerte y cuídese amigo.- partió a tocar a otro local.
Así
fue como lo conocí y no lo volví a ver hasta ahora, un par de años
después de aquella ocasión. Lo noté muy cambiado, sin embargo su música
seguía siendo tan sanadora como en aquel entonces, se veía muchos más
viejo que los treinta años que tenía. Lo seguí al paradero, no ma había
reconocido en el local, se sentó a descanzar pero se le abrió el estuche
de su instrumento. Le ayude a recogerlo y lo saludé.
-¡Hola amigo Mauro!¿Cómo le va?¿Se acuerda de mí?
-¡Hola! Si, o sea, me pareces cara conocida de hace tiempo.
-¡Claro! Hace un par de años nos saludamos, había llegado de casualidad y quedé escuchandote, me salvó la vida tu música.
-Bueno,
eso dicen todos, pero parece que es tan buena para al resto como para
tí, pero cada vez siento una carga más pesada al hacer eso, al sanarles
el alma.
Entonces, pasó la micro y subimos, me contó algo de su historia, de cómo había aprendido a tocar, de sus aventuras musicales y, finalmente, se quedó dormido. En ese entonces fue confirmé mis dudas sobre quien merecía el regalo de la última nota. Le dejé la caja y un pequeño escrito explicándole, según como nombre a esa nota que llegará a ocupar los vacios musicales de su búsqueda es como logrará sanarse a sí mismo y al resto de las personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario